Es interesante y estimulante la forma en que la reconversión de un barrio -inicialmente de quintas, luego de ciudad jardín- va asumiendo un carácter más urbano y más denso indagando en tipologías de densidad media sin incursionar en la sobre explotación del terreno o de las alturas de edificación. Esta transformación y la reflexión arquitectónica que la acompaña (¿o la hace posible?) se desarrolla en el barrio de Guadalupe de Santa Fe, ciudad de escala intermedia en Argentina y no en la capital federal, lo que es doblemente estimulante en este continente tan centralizado. El proceso incluye un recambio generacional en los habitantes del barrio lo que se percibe en el programa del edificio propuesto. El edificio es amigable con el entorno y con el barrio, pese a la intensa ocupación del terreno y la densificación que propone. Pero es la escala del proyecto, la forma en que se inserta en el barrio y se hace cargo de la esquina, el aire que lo rodea lo que se valora: un aire y un clima auspiciosos. El proyecto respeta y conserva en la planta baja los muros de una vivienda existente, y construye sobre ellos 2 pisos adicionales en base a mamposterías de albañilerías de hormigón aligerado. Para muchos de nosotros, una osadía estructural que nuestros ojos formados en territorios más sísmicos no integran tan fácilmente, que sin embargo resulta creíble. El edificio de tres pisos requiere de circulaciones verticales y horizontales que permitan atender los nuevos departamentos. Lo hace apelando a una simple estructura de acero de columnas y vigas de perfiles conformados en frío (ver ñdflkgm) pintada de negro que contrasta con el volumen blanco y con algunos revestimientos de madera. El acero también se presenta en los elementos complementarios como las barandas y los cierros del terreno. Busco en vano un adjetivo que no resulte zalamero sólo para concluir que me gusta, me gusta mucho este edificio Me resulta armonioso, me gusta la escala, me gusta la luz y un cierto tono joven y refrescante.
F. Pfenniger