Rumbo Weste

Rumbo Weste

La ciudad de Valdivia se establece como escena y escenario, a la vez. La cercanía del museo se prolonga en la obra, extiende el museo hacia las aguas para organizar, desde el arte, una nueva forma de navegar.
Obra
Rumbo Weste
Diseño
Alicia Larraín
Ubicación
Río Calle Calle, Valdivia, Chile
Colaboradores
Martín Alonso, Genaro Caliva, Edmundo Cofré, Roberto Cores, Arturo Duclos, Diamela Eltit, David González, Francisco González, Roberto Ipinza, Eduardo Labra, Pedro Hernández, Arturo Matus, Justo Pastor Mellado, Hernán Miranda, Tito Monje, Ernesto Muñoz, Catalina Parra, Alex Porflitt, Lucy Tureo, Vice
Fotografía
Edmundo Cofré
Web
www.alicialarrainchaux.cl

A orillas del río Calle Calle, en la sureña ciudad de Valdivia, Chile, han llegado a instalarse estas 6 barcas de acero inoxidable (ver Acero Inoxidable) de Alicia Larraín, que marcan rumbo weste. Hay varias cosas que este arribo a Valdivia sugiere. El Calle Calle es uno de los muy pocos ríos navegables de Chile y, a no dudarlo, el mayor. Valdivia fue asiento de un breve intento de colonización no español –holandés- en el territorio de lo que hoy es Chile. Resultado de lo anterior, la desembocadura del río en la bahía de Corral, fue objeto de un importante proceso de fortificación que protegía el acceso al río. Valdivia es, pues, una ciudad interior, fluvial, fortificada, protegida. Es una única ciudad costera interior en el país. Una ciudad que crece y se desarrolla en torno a un río cuyo borde, secuestrado por la necesaria actividad industrial, intenta recuperar. También es la ciudad que, hace poco más de 50 años, sufrió el terremoto de mayor intensidad registrado hasta la fecha (9,5 grados en escala de Richter). A orillas de este río, esta instalación marca un nuevo hito en la ciudad. Posadas sobre un tapiz de carbón, aludiendo a un soporte de profundidad insondable, las barcas de marcan un rumbo al weste, al encuentro el Pacífico (weste que representa el territorio de los muertos, según la tradición mapuche). El borde del soporte contiene un texto escrito en letras de neón que son parte de la clave para acercarse a la instalación y punto de partida de toda obra de A. Larraín, según nos comenta. Primero es el verbo, luego la obra. El acero inoxidable reluciente de día, recibe una iluminación sugerente en la noche. La elección del material es un acierto no sólo desde la perspectiva simbólica de la obra: lo es desde el punto de vista técnico. Expuesta a intensa lluvia, borde río, cercana al mar, la estructura está expuesta a condiciones de alto riesgo de corrosión. El acero inoxidable asegura estabilidad y permanencia, conservará el brillo: la obra será duradera y, en tal sentido, sustentable (si se mira con detalle se descubren sus conexiones empernadas que hablan de realismo y economía en la ejecución). La intervención quedará –esperamos- disponible al ojo y la sensibilidad ciudadana, disponible para ser auscultada o para auscultar al observador que tiene, como en pocas oportunidades, aproximaciones y perspectivas diferentes. Desde tierra, desde el río, desde el frente o desde el puente (todo un símbolo de la ingeniería en Chile: soportó el sismo y el embate de la ola del tsunami que subió por el río y arrasó la ciudad en mayo 1960). Vista desde lo alto, la base de carbón con sus insertos de iluminación, sugiere también un cielo profundo que termina por invertir completamente la perspectiva. Así, desde el soporte cotidiano -terrestre y sólido- o desde el soporte fluvial –móvil y sereno como río profundo, aunque a veces bravo, elocuente- estas naves navegarán sin avanzar más que en la mirada y los sueños que evoca.

F. Pfenniger

"hombre en su riesgo
derrota su encierro
risa en ristre
romando certezas
en su recorrido

"Rumbo Weste
La barca, el carbón, La letra

El llamado descubrimiento de América se transformó en uno de los hitos más rotundos que iban a marcar todo el devenir de la historia moderna. Las carabelas cruzando el océano, tocaron tierra y abrieron un nuevo horizonte para la cultura occidental. Oro y territorio se fundieron y se confundieron. El barco como experiencia y experimentación social quedo anclado a esa imagen, a la imagen más triunfante de la historia de la navegación impresa en la hazaña de Colón y su desembarco a tierra en lo que hoy conocemos como Santo Domingo.

Así, la poética filosófica de Góngora fue respondida por la navegación misma. Los barcos iban a continuar naufragando solitarios y devastados, allí está, de cara a la historia uno de los mayores desastres marítimos de ese tiempo: el naufragio de la llamada Invencible Armada, pero, en otro espacio del relato social, se inscribía, a la vez, la impronta del éxito naviero sellada en la empresa de Colón

Alicia Larraín, en el siglo XXI, retoma el hito marítimo, realiza una consistente y extensa instalación fundada en siete barcas ubicadas en el exterior del Museo de Arte Contemporáneo de Valdivia. Allí precisamente en su explanada, origina una sede estética.

Acudiendo al metal, al brillo del acero, y su conexión con el carbón, organiza la figura de sus naves estilizadas para reponer, en la llamada era de las comunicaciones, el hito del viaje incierto.

El barco, en los imaginarios culturales, y, más aún, en la memoria local, está indeleblemente relacionado con el descubrimiento de América, esa es su resonancia más elocuente. Y también la más polémica.

Pero ahora, la artista se vuelca a la historia del mar para generar un escenario “otro”, donde el oro, que movilizó el largo y hostil desplazamiento de las antiguas carabelas desde el “viejo mundo”, ahora es permutado por la juntura entre el acero y el carbón. Ambos brillantes, espléndidos, aún en la diferencia de sus destellos. Unos destellos que más que propiciar una colisión, auguran la estética y la sorpresa que pueden provocar los encuentros de los materiales. El acero y el carbón dialogan de manera compleja y lúcida. Metal y mineral se transforman en plataformas de una experiencia artística que tiene el agua como trasfondo.

La ciudad de Valdivia se establece como escena y escenario, a la vez. La cercanía del museo se prolonga en la obra, extiende el museo hacia las aguas para organizar, desde el arte, una nueva forma de navegar.

Sin embargo, esta vez se trata de organizar un viaje hacia la “mirada”, una pupila que se desplaza y navega. Es el ojo el que se desea viajero, el ojo ciudadano es el que debe ser sorprendido por las aceradas barcas que reposan sobre el lecho de carbón, justo en el borde fluvial. Así, el ojo ciudadano es el que le otorga el sentido a la obra, la hace y la deshace, la cambia de manera incesante, la fragmenta, la modifica, la difiere.

Rompiendo la estructura colonialista, signada por una posición vertical, será precisamente la mirada la que se apropie de las barcas y del carbón, para donarles su estatuto. Las barcas han llegado hasta la ciudad de Valdivia para ser consumidas y consumadas por la mirada ciudadana.

Pero no se trata de una mirada con rasgos totalitarios. Al revés, la mirada que esta obra busca y desea, está descentrada y, más aún, puede ser ejercida de distintas maneras, según la posición angular en que se encuentre el ciudadano, apelando a su más perceptible corporalidad y a su particular recorrido por la ciudad. La obra entonces no incita a una interpretación unívoca, a privilegiar un solo sentido, al revés, extiende su masiva disposición, permitiendo la posibilidad de múltiples operaciones interpretativas en las cuales el paisaje se torna decisivo para remodelar y replantear la obra misma.

El lugar de observación, el paisaje y el espacio de la mirada, deconstruyen y reconstruyen la obra de manera incesante. Lo hacen porque la ciudad misma se integra a ella como un elemento decisivo. La exterioridad que porta esta instalación va a ser interiorizada por el ojo, e integrada al soporte crítico en que se organiza el cuerpo, los cuerpos que constituyen la ciudadanía.

Esta es la nueva navegación que nos propone la obra de Alicia Larraín, Una navegación a través de los cuerpos, su diversidad, la libertad creativa de sus miradas.

Un diálogo abierto, no conclusivo ni menos concluyente. La propuesta integra el Museo como un sitio que se excede a sí mismo hasta hacer del río –su fluyente e influyente caudal- el espacio dinámico en que se ancla y se moviliza la escena cultural. Una escena luminosa, activada por la circulación eléctrica y electrizada de un texto que, a pedazos o a retazos o a intervalos, va depositando otra estética, la de la letra.

Así se organiza esta obra que mantiene una conexión con el llamado “Land Art” y con el “Environment” que se fundan en la intervención artística sobre el paisaje, los paisajes, para, desde allí, producir precisamente una modificación en los espacios intervenidos por diversos conceptos estéticos. En los sitios urbanos, quizás uno de los artistas internacionales más influyentes esté representado por Christo, (de origen búlgaro) y su pasión y pulsión infatigable de envolver edificios y monumentos públicos para interrogar así las estructuras citadinas y organizar en medio de su transcurso populoso y febril, escenas sorprendentes que quiebran su ritmo pragmático.

Alicia Larraín, acude al río como lo más móvil y, desde allí, desde el río mismo, presagia la inevitable desembocadura en el mar y su insondable profundidad. Sus barcas definitivamente se cruzan e interceptan el ritmo de la ciudad, ese ritmo en que se articulan las ciudades: su historia, su oleaje social, la disyuntiva en que se tejen la profundidad también insondable de los cuerpos y sus dilemas humanos.

Para producir un diálogo con esa ciudad, con esos dilemas y con la historia de esos cuerpos ha llegado la espléndida instalación de Alicia Larraín que aporta la barca, el carbón y la letra. Un encuentro estético de envergadura, transversal, abierto, plural, planteado desde uno de los discursos más eficaces y sólidos: el arte como apuesta y como propuesta social.

Diamela Eltit

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